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Por: Elkin Rubiano
Sociólogo de la Universidad Nacional de Colombia y magíster en comunicación de la Pontificia Universidad Javeriana. Actualmente es profesor asociado de tiempo completo de la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Imparte los seminarios de teoría estética y arte y sociedad.
Teniendo en cuenta que cada vez más el libro y la lectura se convierten en un asunto de de interés público no es extraño encontrarse con frases como “un país que vaya a alguna parte debe leer mucho más de lo que leemos los colombianos”[2], o incluso con ideas de cómo el libro “puede llegar a convertirse en un instrumento de paz”[3]. Aunque todos estemos de acuerdo con el propósito de incentivar la lectura, normalmente el problema de la lectura y el libro se nos presenta como algo evidente. La ecuación sería sencilla: lectura=cultura, lectura=conocimiento, lectura=desarrollo. Estos supuestos se circunscriben de modo general a la idea de la cultura entendida como un recurso económico, social y político (Yúdice, 2002). Es decir, en la ecuación señalada estas tres variables se cruzan. De modo que si bien es cierto que la promoción de la lectura se fundamenta en los más nobles propósitos (“culturizar”, formar ciudadanía e incluso pacificar), también lo es que se fundamenta en indicadores estadísticos (cuántos libros se lee al año, cuánto aporta la industria editorial al PIB, cuántos empleos se generan en esta industria, etc.). Con frecuencia esta relación se deja de lado bajo los supuestos del gran valor que el libro y la lectura tienen en sí mismos sin poner en consideración tanto las transformaciones de la industria editorial como de las prácticas de lectura. El propósito de este texto es poner en evidencia esas relaciones.
Digitalización y marketing: industria y prácticas en transformación
En primer lugar debe señalarse que la industria editorial ha pasado de la “edición artesanal” a la “edición industrial o de mercado”. La primera suponía unos conocimientos que podían recogerse en unos pocos principios: conocimientos técnicos (cómo editarse), conocimiento especializado (qué debe editarse), “olfato” (a quién editar y bajo qué condiciones) y, por último, el “buen gusto” del editor según el canon. Sin embargo el tránsito a la segunda modalidad de edición supone la adquisición de otros principios en la labor editorial: el “conocimiento del mercado, de los lectores y los mecanismos para llegar a éstos de la manera más eficaz posible” (Satizábal y Esteves, 2002, 13). Estos cambios exigen un análisis del mercado editorial y del público lector así como una diversificación de los contenidos que llegue con igual eficacia tanto al lector masivo como al lector experto, de ahí que la distribución y comercialización sean fundamentales dentro de toda la cadena productiva. El proceso de creación, en otros tiempos exclusividad del autor-autorizado, del genio creador, se extiende hacia lo que podría denominarse proveedores de contenido creativo.
Los cambios entre una y otra modalidad de edición (de la artesanal a la industrial) van acompañados de cambios tecnológicos: de lo analógico (el libro) a lo digital (la pantalla y la red). No quiere decir esto que el soporte digital desplace al analógico pues ambos cumplen, básicamente, las mismas funciones: “soporte de información, medio de entretenimiento y herramienta de conocimiento” (Katz, 2002: 21). Lo que debe tenerse en cuenta es que dependiendo de la función, uno u otro soporte se desempeña de mejor manera (Tabla 1). La información ha demostrado ser más eficiente cuando se fija en soportes digitales: debido al volumen, la velocidad, los costos de la utilización y el acceso simultáneo en tiempo real han demostrado que cuando se trata de enciclopedias, diccionarios y bases de datos, lo digital parece ser la mejor opción. En el caso del entretenimiento[4], específicamente la literatura, el libro impreso (analógico) sigue siendo para el lector la mejor alternativa: debido a cuestiones ergonómicas el libro es algo que puede leerse en diversas circunstancias y en cualquier lugar. Es decir, leer un libro de poemas sentado en un parque es algo que aún no reemplaza la pantalla por cuestiones de comodidad (en cualquier parte), legibilidad (la pantalla aún no resuelve de manera eficiente los reflejos de luz) y económicas (el portátil o el e-book resultan costosos y requieren de fuente de energía). Un caso diferente es el del conocimiento, pues el soporte analógico o digital depende del contenido: en cuanto al conocimiento de vanguardia la novedad deber ser divulgada inmediatamente “tanto para garantizar la paternidad de la nueva idea o del nuevo descubrimiento como para permitir que quienes esperan esos resultados para avanzar en sus propios trabajos dispongan de ellos lo antes posible (…), las revistas científicas de punta ya no se imprimen en papel, sino que distribuyen a través de Internet a un número reducido de suscriptores -habitualmente institucionales- debido a la alta especialización de tal conocimiento” (Katz, 2002: 24). Mientras que el conocimiento de tipo ensayístico para un público lector más extendido preferentemente se fija en el soporte analógico.
En este punto resulta bastante curioso que algunas publicaciones universitarias que tienen por lo general un ciclo de vida corto y cuya compilación resulta voluminosa –suma de breves textos como conferencias, ponencias y participaciones-, se sigan realizando en papel: memorias de seminarios, congresos, documentos de trabajo deberían, por cuestiones de costos y distribución, publicarse en soportes digitales. Aquí tal vez estemos en presencia de lo que podríamos llamar un amor incondicional al libro; un tipo de amor que termina fetichizando el objeto libro como soporte legítimo del conocimiento y de la herencia cultural. En nuestro contexto, por ejemplo, aún tiene mayor valoración social publicar un libro, independientemente de la editorial, que publicar un artículo en una revista indexada, y poca o ninguna valoración publicar en soportes digitales. Este es, sin duda, un rezago intelectualizado que aún no legitima ni los nuevos soportes ni las nuevas formas de escritura hipertextual.
Pasemos ahora a las prácticas de lectura. Petrucci (1998) brinda al respecto unas pistas interesantes al hablar de la “lectura de zapping” que, al igual que el zapping televisivo, supone la fragmentación y la simultaneidad. Pero esto, desde luego, no es una práctica unida necesariamente a las nuevas tecnologías, pues la apropiación que hacen los lectores del texto analógico parece hacerse de ese modo actualmente: no la lectura del libro entero sino capítulos específicos. Práctica que se pone en evidencia, por ejemplo, en el trabajo intelectual cuando en el escritorio se acumulan volúmenes de libros que se consultan a la vez, y de manera fragmentaria, para escribir un artículo. O en el caso de los estudiantes cuyos profesores dejan lecturas fragmentarias muchas veces sin la referencia de origen, práctica que se ha ritualizado en la reproducción xerográfica y que Carlos Monsiváis ha recogido en la precisa expresión el “grado xerox de la lectura”.
Ahora bien, las prácticas de lectura fragmentarias y discontinuas, simultáneas y veloces, se arraigan con las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Beatriz Sarlo (2006) señala que “Quienes leen muy velozmente habrán encontrado en Internet la pista de deslizamiento ideal”, y continúa la ensayista de manera desconsolada pero tal vez con acierto: “Se tiene la impresión, sostenida por los efectos técnicos, de que lo mejor siempre está por delante, como si la sucesión de pantallas construyeran un suspenso que no va a resolverse nunca.” Para mostrar la cara opuesta y dar una idea del debate alrededor de la relación entre nuevas tecnologías y prácticas de lectura, presentemos una idea recurrente de Martín-Barbero (2000) al respecto: “Hoy, una gran parte de los saberes y quizá de los más importantes y socialmente valiosos, no pasan ya por la escuela ni le piden permiso a la escuela para circular por la sociedad. Un proceso que no había tenido casi cambio desde la invención de la imprenta sufre una mutación de fondo con la aparición del texto electrónico”. Debe decirse que entre una y otra opción argumental hay una gran laguna empírica que necesariamente debe cubrirse mediante investigaciones sobre educación, prácticas de lectura y nuevas tecnologías, que aún están por realizarse.
Prácticas de lectura: de la centralidad del libro al descentramiento del texto electrónico
¿Por qué es indispensable conocer las prácticas de lectura? Básicamente porque esas prácticas se han ido transformando con el tiempo y esas transformaciones parecen ir más rápido que el resto de la cadena productiva. En otras palabras, la producción, distribución y comercialización se han ido ajustando muy lentamente a las demandas del lector. Debe señalarse que sobre las prácticas de lectura aún se conoce muy poco en nuestro contexto y la información que tiende a recolectarse se concentra, por ejemplo, más que en las prácticas de la lectura en el número de lecturas realizadas por una persona, medido mediante el indicador del libro: “¿cuántos libros lee usted al año?” Este tipo de información, aunque clave, reduce la noción de lectura y deja lagunas a la hora de hacer políticas para el fomento de la lectura -en el caso de la administración pública-, o de diseñar estrategias de mercadeo -en el caso de la industria editorial.
En Colombia la indagación sobre los hábitos de lectura se ha hecho mediante una metodología preferentemente cuantitativa, es decir, la categoría “lector” se ha construido en función de la cantidad y la naturaleza de los libros leídos al año. Frente a este tipo de construcción metodológica cabe acogerse al siguiente comentario: “lo que determina la cualidad de un lector en tanto tal, no es sólo qué lee o cuánto lee, sino la manera en que capitaliza la lectura en su vida social, afectiva, política o laboral, cómo y porqué se llega a la lectura, qué o quiénes influyen en ella, cómo se socializa” (Bahloul, 2002: 8). Sin embargo debe decirse que en la Encuesta Nacional de Hogares 2000 y 2005 realizada por el DANE (Fundalectura, 2001 y 2006) se recogió una información valiosa que, independientemente del sesgo que acabamos de mencionar, se convierte en un buen punto de partida para realizar investigaciones más detalladas. Veamos algunos resultados puntuales:
Por: Elkin Rubiano
Sociólogo de la Universidad Nacional de Colombia y magíster en comunicación de la Pontificia Universidad Javeriana. Actualmente es profesor asociado de tiempo completo de la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Imparte los seminarios de teoría estética y arte y sociedad.
Teniendo en cuenta que cada vez más el libro y la lectura se convierten en un asunto de de interés público no es extraño encontrarse con frases como “un país que vaya a alguna parte debe leer mucho más de lo que leemos los colombianos”[2], o incluso con ideas de cómo el libro “puede llegar a convertirse en un instrumento de paz”[3]. Aunque todos estemos de acuerdo con el propósito de incentivar la lectura, normalmente el problema de la lectura y el libro se nos presenta como algo evidente. La ecuación sería sencilla: lectura=cultura, lectura=conocimiento, lectura=desarrollo. Estos supuestos se circunscriben de modo general a la idea de la cultura entendida como un recurso económico, social y político (Yúdice, 2002). Es decir, en la ecuación señalada estas tres variables se cruzan. De modo que si bien es cierto que la promoción de la lectura se fundamenta en los más nobles propósitos (“culturizar”, formar ciudadanía e incluso pacificar), también lo es que se fundamenta en indicadores estadísticos (cuántos libros se lee al año, cuánto aporta la industria editorial al PIB, cuántos empleos se generan en esta industria, etc.). Con frecuencia esta relación se deja de lado bajo los supuestos del gran valor que el libro y la lectura tienen en sí mismos sin poner en consideración tanto las transformaciones de la industria editorial como de las prácticas de lectura. El propósito de este texto es poner en evidencia esas relaciones.
Digitalización y marketing: industria y prácticas en transformación
En primer lugar debe señalarse que la industria editorial ha pasado de la “edición artesanal” a la “edición industrial o de mercado”. La primera suponía unos conocimientos que podían recogerse en unos pocos principios: conocimientos técnicos (cómo editarse), conocimiento especializado (qué debe editarse), “olfato” (a quién editar y bajo qué condiciones) y, por último, el “buen gusto” del editor según el canon. Sin embargo el tránsito a la segunda modalidad de edición supone la adquisición de otros principios en la labor editorial: el “conocimiento del mercado, de los lectores y los mecanismos para llegar a éstos de la manera más eficaz posible” (Satizábal y Esteves, 2002, 13). Estos cambios exigen un análisis del mercado editorial y del público lector así como una diversificación de los contenidos que llegue con igual eficacia tanto al lector masivo como al lector experto, de ahí que la distribución y comercialización sean fundamentales dentro de toda la cadena productiva. El proceso de creación, en otros tiempos exclusividad del autor-autorizado, del genio creador, se extiende hacia lo que podría denominarse proveedores de contenido creativo.
Los cambios entre una y otra modalidad de edición (de la artesanal a la industrial) van acompañados de cambios tecnológicos: de lo analógico (el libro) a lo digital (la pantalla y la red). No quiere decir esto que el soporte digital desplace al analógico pues ambos cumplen, básicamente, las mismas funciones: “soporte de información, medio de entretenimiento y herramienta de conocimiento” (Katz, 2002: 21). Lo que debe tenerse en cuenta es que dependiendo de la función, uno u otro soporte se desempeña de mejor manera (Tabla 1). La información ha demostrado ser más eficiente cuando se fija en soportes digitales: debido al volumen, la velocidad, los costos de la utilización y el acceso simultáneo en tiempo real han demostrado que cuando se trata de enciclopedias, diccionarios y bases de datos, lo digital parece ser la mejor opción. En el caso del entretenimiento[4], específicamente la literatura, el libro impreso (analógico) sigue siendo para el lector la mejor alternativa: debido a cuestiones ergonómicas el libro es algo que puede leerse en diversas circunstancias y en cualquier lugar. Es decir, leer un libro de poemas sentado en un parque es algo que aún no reemplaza la pantalla por cuestiones de comodidad (en cualquier parte), legibilidad (la pantalla aún no resuelve de manera eficiente los reflejos de luz) y económicas (el portátil o el e-book resultan costosos y requieren de fuente de energía). Un caso diferente es el del conocimiento, pues el soporte analógico o digital depende del contenido: en cuanto al conocimiento de vanguardia la novedad deber ser divulgada inmediatamente “tanto para garantizar la paternidad de la nueva idea o del nuevo descubrimiento como para permitir que quienes esperan esos resultados para avanzar en sus propios trabajos dispongan de ellos lo antes posible (…), las revistas científicas de punta ya no se imprimen en papel, sino que distribuyen a través de Internet a un número reducido de suscriptores -habitualmente institucionales- debido a la alta especialización de tal conocimiento” (Katz, 2002: 24). Mientras que el conocimiento de tipo ensayístico para un público lector más extendido preferentemente se fija en el soporte analógico.
En este punto resulta bastante curioso que algunas publicaciones universitarias que tienen por lo general un ciclo de vida corto y cuya compilación resulta voluminosa –suma de breves textos como conferencias, ponencias y participaciones-, se sigan realizando en papel: memorias de seminarios, congresos, documentos de trabajo deberían, por cuestiones de costos y distribución, publicarse en soportes digitales. Aquí tal vez estemos en presencia de lo que podríamos llamar un amor incondicional al libro; un tipo de amor que termina fetichizando el objeto libro como soporte legítimo del conocimiento y de la herencia cultural. En nuestro contexto, por ejemplo, aún tiene mayor valoración social publicar un libro, independientemente de la editorial, que publicar un artículo en una revista indexada, y poca o ninguna valoración publicar en soportes digitales. Este es, sin duda, un rezago intelectualizado que aún no legitima ni los nuevos soportes ni las nuevas formas de escritura hipertextual.
Pasemos ahora a las prácticas de lectura. Petrucci (1998) brinda al respecto unas pistas interesantes al hablar de la “lectura de zapping” que, al igual que el zapping televisivo, supone la fragmentación y la simultaneidad. Pero esto, desde luego, no es una práctica unida necesariamente a las nuevas tecnologías, pues la apropiación que hacen los lectores del texto analógico parece hacerse de ese modo actualmente: no la lectura del libro entero sino capítulos específicos. Práctica que se pone en evidencia, por ejemplo, en el trabajo intelectual cuando en el escritorio se acumulan volúmenes de libros que se consultan a la vez, y de manera fragmentaria, para escribir un artículo. O en el caso de los estudiantes cuyos profesores dejan lecturas fragmentarias muchas veces sin la referencia de origen, práctica que se ha ritualizado en la reproducción xerográfica y que Carlos Monsiváis ha recogido en la precisa expresión el “grado xerox de la lectura”.
Ahora bien, las prácticas de lectura fragmentarias y discontinuas, simultáneas y veloces, se arraigan con las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Beatriz Sarlo (2006) señala que “Quienes leen muy velozmente habrán encontrado en Internet la pista de deslizamiento ideal”, y continúa la ensayista de manera desconsolada pero tal vez con acierto: “Se tiene la impresión, sostenida por los efectos técnicos, de que lo mejor siempre está por delante, como si la sucesión de pantallas construyeran un suspenso que no va a resolverse nunca.” Para mostrar la cara opuesta y dar una idea del debate alrededor de la relación entre nuevas tecnologías y prácticas de lectura, presentemos una idea recurrente de Martín-Barbero (2000) al respecto: “Hoy, una gran parte de los saberes y quizá de los más importantes y socialmente valiosos, no pasan ya por la escuela ni le piden permiso a la escuela para circular por la sociedad. Un proceso que no había tenido casi cambio desde la invención de la imprenta sufre una mutación de fondo con la aparición del texto electrónico”. Debe decirse que entre una y otra opción argumental hay una gran laguna empírica que necesariamente debe cubrirse mediante investigaciones sobre educación, prácticas de lectura y nuevas tecnologías, que aún están por realizarse.
Prácticas de lectura: de la centralidad del libro al descentramiento del texto electrónico
¿Por qué es indispensable conocer las prácticas de lectura? Básicamente porque esas prácticas se han ido transformando con el tiempo y esas transformaciones parecen ir más rápido que el resto de la cadena productiva. En otras palabras, la producción, distribución y comercialización se han ido ajustando muy lentamente a las demandas del lector. Debe señalarse que sobre las prácticas de lectura aún se conoce muy poco en nuestro contexto y la información que tiende a recolectarse se concentra, por ejemplo, más que en las prácticas de la lectura en el número de lecturas realizadas por una persona, medido mediante el indicador del libro: “¿cuántos libros lee usted al año?” Este tipo de información, aunque clave, reduce la noción de lectura y deja lagunas a la hora de hacer políticas para el fomento de la lectura -en el caso de la administración pública-, o de diseñar estrategias de mercadeo -en el caso de la industria editorial.
En Colombia la indagación sobre los hábitos de lectura se ha hecho mediante una metodología preferentemente cuantitativa, es decir, la categoría “lector” se ha construido en función de la cantidad y la naturaleza de los libros leídos al año. Frente a este tipo de construcción metodológica cabe acogerse al siguiente comentario: “lo que determina la cualidad de un lector en tanto tal, no es sólo qué lee o cuánto lee, sino la manera en que capitaliza la lectura en su vida social, afectiva, política o laboral, cómo y porqué se llega a la lectura, qué o quiénes influyen en ella, cómo se socializa” (Bahloul, 2002: 8). Sin embargo debe decirse que en la Encuesta Nacional de Hogares 2000 y 2005 realizada por el DANE (Fundalectura, 2001 y 2006) se recogió una información valiosa que, independientemente del sesgo que acabamos de mencionar, se convierte en un buen punto de partida para realizar investigaciones más detalladas. Veamos algunos resultados puntuales:
Comparativamente llama la atención que entre 2000 y 2005 se dan algunos cambios significativos en cuanto a los soportes, pues mientras disminuye el consumo de libros, de 48.2% al 40.7%, aumenta la lectura en Internet, de 4.9% a 11.8%. Estos datos indican que Internet, antes que enemigo pedagógico, es una herramienta que debe instalarse en los procesos de aprendizaje, pero entendiendo el asunto no sólo desde el problema de la conectividad sino primordialmente desde el problema de las prácticas de estudio, aprendizaje y nuevas modalidades de lecto-escritura. Debe tenerse en cuenta, en contra de los supuestos de Internet como enemigo de la lectura, que justamente las personas que aumentaron el consumo de lectura en Internet son los que a su vez declararon leer más libros, asistir frecuentemente a bibliotecas y tener más libros en casa.
Los soportes electrónicos transforman la producción, transmisión y recepción de lo escrito, es decir, no sólo es un cambio tecnológico sino un cambio tanto en la industria editorial como en las prácticas de lectura. Específicamente la lectura en soportes digitales se estructura del siguiente modo: velocidad (acceso en tiempo real), fragmentación (leer, escribir, escuchar y ver distintos contenidos al mismo tiempo –multitasking), exceso (una infinita cantidad de información a un clic de distancia) y la posibilidad de que el lector manipule los textos (construcción de índices, moverlo, copiarlo, subrayarlo) con consecuencias antagónicas: tanto la posibilidad de convertirse en autor como la de convertirse en plagiario:
El lector se convierte en uno de los actores de una escritura a varias manos o, al menos, se halla en posición de constituir un texto nuevo a partir de fragmentos libremente recortados y ensamblados. (…) puede en todo momento intervenir en los textos, modificarlos, reescribirlos, hacerlos suyos. A partir de esta circunstancia se comprende que tal posibilidad pone en tela de juicio y en peligro nuestras categorías para describir las obras, referidas desde el siglo XVIII a un acto creador individual, singular y original, y que fundan el derecho en materia de propiedad de un autor sobre una obra original, producida por su genio creador (la primera vez que se usó el término fue en 1701) se ajusta muy mal al mundo de los textos electrónicos (Chartier, 1996)
Ahora bien, la lectura en soportes electrónicos, que está estrechamente ligada a nuevas modalidades de escritura, aún no se ha legitimado ni en el ámbito académico ni en las mediciones que se hacen del consumo de lectura. Es más, numerosas investigaciones indican que al momento de recolectar la información, las personas encuestadas no hablan de todas sus lecturas pues una especie de autocensura hace que eliminen numerosas modalidades: electrónicas, xerográficas, informativas, de entretenimiento, etc. De otro lado, en el ámbito académico las modalidades electrónicas no hacen parte de los procesos de enseñanza, lo que resulta problemático:
Los maestros y los alumnos están en internet, las escuelas tienen internet, pero el sistema escolar no está en internet. El sistema educativo en términos de procesamiento de contenidos, de estructura pedagógica, de gestión de las escuelas, está estructurado en una forma que para introducir ese cambio tecnológico y social a la vez hay que cambiar la organización de la escuela y los currículos, hay que sacar internet del aula de informática (además cerrada con llave) y ponerla en los currículos de todas las materias. Hay que cambiar la pedagogía. Porque no es que los maestros con internet tengan miedo de perder el poder, es que no saben cómo enseñar con internet, nadie se los ha explicado (Castells, 2007)
Tenemos entonces que los procesos de enseñanza que buscan formar en competencias específicas, las políticas públicas y privadas que buscan fomentar la lectura y el mercado editorial que busca ofertar eficientemente deben hacer un tránsito hacia las nuevas modalidades de lectura en soportes digitales. Resulta extraña, por ejemplo, la centralidad del libro en los programas de fomento a la lectura y en las prácticas pedagógicas; la industria editorial, por el contrario, ha empezado a hacer el tránsito con la edición multimedia y la publicación on line.
El tránsito del que hablamos no es una consigna de tipo tecnofílico sino una necesidad. Pensemos, por ejemplo, en las bases de datos especializadas que hoy adquieren las universidades pero que tienen muy poco o ningún uso. Allí hay, evidentemente, problemas pedagógicos. Si bien los jóvenes son expertos en el uso de las tecnologías de la información y la comunicación no resulta evidente aún que esa experticia converja con los procesos de aprendizaje académicos. Más que la conectividad, que va en ascenso, es necesario que la red y la pantalla se fundamenten en prácticas pedagógicas. Es decir, no basta con que la escuela tenga computadores conectados a la red o que el televisor, como aparato, se lleve al aula de clase, como típicamente se ha entendido la relación entre escuela y tecnología. Si vivimos en la sociedad de la información es necesario que los jóvenes aprendan a navegar en ella: discriminar, distanciarse, criticar, encontrar lo pertinente en el infinito mar de datos son competencias que aún no se adquieren. La convergencia tecnológica y la convergencia de contenidos no coinciden con el uso cualificado de esos contenidos y esas tecnologías. En contextos académicos la búsqueda de información cualificada es desplazada por el azar, las bases de datos especializadas desplazadas por Google. Si los soportes digitales transforman las prácticas de lectura y escritura, la enseñanza académica debe esforzarse en hacer el tránsito hacia una pedagogía que piense en y con las tecnologías de la información y la comunicación.
BIBLIOGRAFÍA
- Bahloul, Joëlle (2002) Lecturas precarias. Estudio sociológico sobre los “poco lectores”, México: F.C.E.
- Castells, Manuel (2007) “Es fundamental saber qué es lo que está pasando en la mente de nuestros niños hoy”, en http://weblog.educ.ar/educacion-tics/cuerpoentrevista.php?idEntrev=183 (Recuperado: 06.08.07)
- CERLALC (2006) El espacio iberoamericano del libro, Madrid: CERLALC/Federación De Gremios De Editores De España.
---------------- (2002) El libro y la edición. Hacia una agenda de políticas públicas, Bogotá: CERLALC/UNESCO.
- Chartier, Roger (1996) “Del códice a la pantalla: trayectorias de los escrito”, en Revista Quimer N’ 50.
- Fidanza, Eduardo (2002) “¿Quién es el lector?” en El mundo de la edición de libros, L. Satizábal y E. Fros (Comp.), Buenos Aires: Paidós, pp. 231-263.
- Fundalectura (2006) Hábitos de lectura (Asistencia a bibliotecas y consumo de libros en Colombia), Bogotá, CERLALC, Cámara Colombiana del Libro, Instituto Distrital de Cultura y Turismo.
------------------- (2001) Hábitos de lectura y consumo de libros en Colombia, Bogotá: Ministerio de Cultura, Ministerios de Educación, DANE, CERLALC, Cámara Colombiana del Libro.
- Gómez-Escalonilla, Gloria (2003) “Libro y entorno digital: un encuentro de futuro” en Hacia un nuevo sistema mundial de comunicación. Las industrias culturales en la era digital, E. Bustamante (coord.), Barcelona: Gedisa, pp. 39-56.
- Katz, Alejandro (2002) “¿Qué es el libro hoy?” en El mundo de la edición de libros, L. Satizábal y E. Fros (Comp.), Buenos Aires: Paidós, pp. 14-32.
- Martín-Barbero, Jesús (2000) “Ensanchando territorios en Comunicación/Educación”, en Comunicación-Educación: coordenadas, abordajes y travesías, Bogotá: Universidad Central-DIUC.
- Ministerio de Cultura de Colombia (2003) Impacto económico de las industrias culturales en Colombia, Ministerio de Cultura de Colombia/ Equipo Central de Economía y Cultura del Convenio Andrés Bello, Bogotá: Convenio Andrés Bello
- Petrucci, Armando (1998) “Leer por leer: un porvenir de la lectura” en Historia de la lectura en el mundo occidental, G. Cavallo y R. Chartier (coord.), Madrid: Taurus.
- Reina, Mauricio; Gamboa, Cristina y Guerra, María Lucía (2003) “La cultura en las negociaciones comerciales regionales” en Entre la realidad y los sueños. La cultura en los tratados de libre comercio y el ALCA, G. Rey (Coord.), Bogotá: Convenio Andrés Bello, pp 7-52.
- Rey, Germán (2005) “La Cultura en los Tratados de Libre Comercio y el Alca. Diez respuestas sencillas sobre diez asuntos complejos” en Temas no comerciales en la negociación comercial entre Colombia y Estados Unidos, J. C. Ramírez (Ed.), Bogotá: Naciones Unidas, CEPAL y Friedrich Ebert Stiftung en Colombia, pp. 31.40.
- Sagastizábal, Leandro de y Esteves Fros Fernando (compiladores) (2002) El mundo de la edición de libros, Buenos Aires: Paidós.
- Sarlo, Beatriz (2006) “Surfear, leer o navegar” en El Clarín de Buenos Aires, 23-04-06, en: http://www.clarin.com.ar
- Uribe Schroeder, Richard y Cifuentes Gómez, Diana (2007) Percepción sobre el clima editorial empresarial en el 2006 y tendencias a corto plazo, CERLALC/UNESCO.
- Yúdice, George (2002), El recurso de la cultura. Usos de la cultura en la era global, Barcelona, Gedisa.
Los soportes electrónicos transforman la producción, transmisión y recepción de lo escrito, es decir, no sólo es un cambio tecnológico sino un cambio tanto en la industria editorial como en las prácticas de lectura. Específicamente la lectura en soportes digitales se estructura del siguiente modo: velocidad (acceso en tiempo real), fragmentación (leer, escribir, escuchar y ver distintos contenidos al mismo tiempo –multitasking), exceso (una infinita cantidad de información a un clic de distancia) y la posibilidad de que el lector manipule los textos (construcción de índices, moverlo, copiarlo, subrayarlo) con consecuencias antagónicas: tanto la posibilidad de convertirse en autor como la de convertirse en plagiario:
El lector se convierte en uno de los actores de una escritura a varias manos o, al menos, se halla en posición de constituir un texto nuevo a partir de fragmentos libremente recortados y ensamblados. (…) puede en todo momento intervenir en los textos, modificarlos, reescribirlos, hacerlos suyos. A partir de esta circunstancia se comprende que tal posibilidad pone en tela de juicio y en peligro nuestras categorías para describir las obras, referidas desde el siglo XVIII a un acto creador individual, singular y original, y que fundan el derecho en materia de propiedad de un autor sobre una obra original, producida por su genio creador (la primera vez que se usó el término fue en 1701) se ajusta muy mal al mundo de los textos electrónicos (Chartier, 1996)
Ahora bien, la lectura en soportes electrónicos, que está estrechamente ligada a nuevas modalidades de escritura, aún no se ha legitimado ni en el ámbito académico ni en las mediciones que se hacen del consumo de lectura. Es más, numerosas investigaciones indican que al momento de recolectar la información, las personas encuestadas no hablan de todas sus lecturas pues una especie de autocensura hace que eliminen numerosas modalidades: electrónicas, xerográficas, informativas, de entretenimiento, etc. De otro lado, en el ámbito académico las modalidades electrónicas no hacen parte de los procesos de enseñanza, lo que resulta problemático:
Los maestros y los alumnos están en internet, las escuelas tienen internet, pero el sistema escolar no está en internet. El sistema educativo en términos de procesamiento de contenidos, de estructura pedagógica, de gestión de las escuelas, está estructurado en una forma que para introducir ese cambio tecnológico y social a la vez hay que cambiar la organización de la escuela y los currículos, hay que sacar internet del aula de informática (además cerrada con llave) y ponerla en los currículos de todas las materias. Hay que cambiar la pedagogía. Porque no es que los maestros con internet tengan miedo de perder el poder, es que no saben cómo enseñar con internet, nadie se los ha explicado (Castells, 2007)
Tenemos entonces que los procesos de enseñanza que buscan formar en competencias específicas, las políticas públicas y privadas que buscan fomentar la lectura y el mercado editorial que busca ofertar eficientemente deben hacer un tránsito hacia las nuevas modalidades de lectura en soportes digitales. Resulta extraña, por ejemplo, la centralidad del libro en los programas de fomento a la lectura y en las prácticas pedagógicas; la industria editorial, por el contrario, ha empezado a hacer el tránsito con la edición multimedia y la publicación on line.
El tránsito del que hablamos no es una consigna de tipo tecnofílico sino una necesidad. Pensemos, por ejemplo, en las bases de datos especializadas que hoy adquieren las universidades pero que tienen muy poco o ningún uso. Allí hay, evidentemente, problemas pedagógicos. Si bien los jóvenes son expertos en el uso de las tecnologías de la información y la comunicación no resulta evidente aún que esa experticia converja con los procesos de aprendizaje académicos. Más que la conectividad, que va en ascenso, es necesario que la red y la pantalla se fundamenten en prácticas pedagógicas. Es decir, no basta con que la escuela tenga computadores conectados a la red o que el televisor, como aparato, se lleve al aula de clase, como típicamente se ha entendido la relación entre escuela y tecnología. Si vivimos en la sociedad de la información es necesario que los jóvenes aprendan a navegar en ella: discriminar, distanciarse, criticar, encontrar lo pertinente en el infinito mar de datos son competencias que aún no se adquieren. La convergencia tecnológica y la convergencia de contenidos no coinciden con el uso cualificado de esos contenidos y esas tecnologías. En contextos académicos la búsqueda de información cualificada es desplazada por el azar, las bases de datos especializadas desplazadas por Google. Si los soportes digitales transforman las prácticas de lectura y escritura, la enseñanza académica debe esforzarse en hacer el tránsito hacia una pedagogía que piense en y con las tecnologías de la información y la comunicación.
BIBLIOGRAFÍA
- Bahloul, Joëlle (2002) Lecturas precarias. Estudio sociológico sobre los “poco lectores”, México: F.C.E.
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------------------- (2001) Hábitos de lectura y consumo de libros en Colombia, Bogotá: Ministerio de Cultura, Ministerios de Educación, DANE, CERLALC, Cámara Colombiana del Libro.
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- Katz, Alejandro (2002) “¿Qué es el libro hoy?” en El mundo de la edición de libros, L. Satizábal y E. Fros (Comp.), Buenos Aires: Paidós, pp. 14-32.
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Notas
[1] Este texto se presentó en el XV ciclo de conferencias del Departamento de Humanidades titulado “Los días y las dudas: cuerpo, palabra y recorrido”, Bogotá, Universidad Jorge Tadeo Lozano, agosto 15 de 2007.
[2] El Malpensante, Nº 77, marzo 16 - abril 30, Bogotá, 2007, pág. 10.
[3] En el marco de la celebración de “Bogotá Capital Mundial del Libro” el título que se le dio a la conversación entre la escritora colombiana Laura Restrepo y el Nobel José Saramago fue “El libro como instrumento de paz”. Aunque en el mismo título de la conversación se daba por evidente una idea, es necesario señalar algunas reticencias del Nobel: “El libro, tomado como símbolo, puede contribuir. Pero tengo algunas dudas sobre esa afirmación tan rotunda”, entrevista realizada por El Tiempo, Bogotá, Julio 9 de 2007.
[4] No interesa aquí entrar en la discusión si a la llamada literatura culta puede endilgársele la etiqueta de “entretenimiento”. Para nuestros propósitos tanto en el best-seller como en la literatura culta se puede encontrar una experiencia estética unida a la lectura: goce, identificación, etc.Elkin Rubiano